Casco
urbano morisco
castillo y restaurada iglesia
Lugar de la provincia de Huesca, a 16 Km. de
la capital. Situado al SurEste de la Hoya de Huesca, próximo al curso
del río Guatizalema, a 464 m. de altitud. En 1998, contaba con 189 habitantes
Se puede acceder desde la carretera general
de Barbastro, por Argavieso, o bien directamente desde la capital, hasta
Castelflorite y los dos Alberos, el Alto y el Bajo. Se deja atrás, pero
visible siempre, la Hoya de Huesca, para enfilar por los primeros relieves
montañosos de tierra ocre fundiéndose con la piedra arenisca que corona
las breves cumbres. Se alcanza con la vista todo el contorno, de pueblo
a pueblo, paramera en busca del somontano, con su itinerario de castillos
próximos al de Montearagón: Argavieso, Pueyo de Gañanes, Piracés, Novales...
La misma piedra arenisca que asoma por las crestas sirvió un día para
levantar las fortalezas, hoy en ruinas.
El paisaje es raso en su mayor proporción,
sin apenas árboles; sólo tierra con los surcos abiertos al cereal. En
Novales se quiebra la llanura, como sucede en casi todos los pueblos de
la zona, porque los edificios buscaron el arrimo del castillo, y cada
fortaleza eligió para su asentamiento el lugar más alto, aunque en ocasiones
no pasará de ser una suave colina, una mínima plataforma sobre
el propio paisaje. Es el caso de Novales, con su castillo-palacio de planta
trapezoidal, con torre rectangular.
Noval se llamó siempre el campo de tierra
nueva; novales son las tierras que se abren por vez primera a los cultivos,
labores de creación, de maternidad, que alcanzaron cotas supremas en las
manos del hombre. Quizá Novales tuvo sus orígenes en estas
tierras nuevas. Posiblemente, porque la capital se expansionó más allá
de sí misma, a la sombra de Montearagón. Nacieron las tierras nuevas para
pagar deudas y dar vida a nuevos señoríos. La historia lo demuestra. Y
cada señor tuvo su castillo-palacio, su fortaleza, una residencia dispuesta
para la defensa. En el caso concreto de Novales su castillo, junto con
los de Argavieso y Pueyo de Fañanás, tuvo que hacer frente al de Piracés
Domina lo blanco en los edificios. Hiere
el blanco de las fachadas encaladas. Las calles tienen trazado irregular
y casi todas ellas discurren en pendiente, porque en la cota máxima se
levantan el castillo y la iglesia parroquial. Sin embargo, la plaza del
Ayuntamiento es llana, asi como la calle que le sirve de acceso, desde
la carretera; es una plaza amplia, de forma rectangular, con grandes balconadas
abiertas al sol y al viento. El blanco aumenta la radiación solar, da
más luz al conjunto urbano, limpio y cuidado. Hasta las tapias aparecen
encaladas. Al fondo de las calles se ve el castillo o la iglesia, el campo
o el firmamento azul, limpido también, porque las nubes lo surcan pasajeras
las más de las veces. Es así como el páramo cobra su carácter. La luminosidad
del paisaje ha inundado el pueblo, con su trazado moruno en algunas vias.
En 1611 había trece casas de moriscos. Es
la historia de otros tantos pueblos aragoneses. Los nombres de origen
árabe han permanecido en muchos casos para dar testimonio de esa misma
historia de ayer. Novales extiende su término de poco menos de veintiún
kilómetros cuadrados (20,1 Km2) a la derecha del rio Guatizalema, que
también lleva resonancias moras. El silencio llena el ambiente del lugar.
A mediodia, las calles se ofrecen vacias, sin alma viviente en ellas.
La vida se encierra en las casas o en el campo. Por lo demás, es un pueblo
vivo, tremendamente vivo; se nota en los detalles, en la blancura inmaculada
de los edificios. El silencio puede traducirse en reposo. Cuando el sol
llega al cénit, los pueblos -todos- se adormilan. Ni siquiera se
escucha el trino de un pájaro, el graznido de un cuervo. Desde la carretera,
la gigantesca mole del castillo se come a los demás edificios. Se ve con
sus ventanales desvencijados por los que se cuelan el sol y el viento,
con sus saeteras llenas de luz, porque la ruina hizo desaparecer la oscuridad
interior.
La conquista de Novales se retrasó hasta
1103 y por entonces la tenencia del castillo correspondía a Fortún Garcés
del Valle, si bien sus décimas y primicias eran para Montearagón.
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En 1120, Fortún Garcés se ofreció a los
canónigos de Huesca con el consentimiento de su esposa doña Toda. Según
Guitart Aparicio, en 1158 Novales estaba bajo la tenencia de Galindo Jiménez
de Pozán. El castillo fue cárcel de Bernaldo de Cabrera, caído en desgracia
ante Pedro IV (1364), y de aquí salió para ser ejecutado en Zaragoza.
En 1451 era señorío de Luis de Santángel, que se obligaba a terminar la
torre de piedra. Después perteneció a la rama oscense de la familia
Bardají, dueña también de las baronías de Zaidín, Antillón y Pertusa,
representada en 1626 por Juán de Torrellas-Gurrea Bardaji, cuando
recibió el título de conde de Castelflorite. Todos estos señores se incorporaron
en 1753 a la rama bajoaragonesa de los Bardají, marqueses de Cañizar.
Últimamente, el castillo-palacio perteneció al marqués de Ayerbe.
La entrada al patio de armas se efectúa
por un gran portalón semicircular, con dovelas, en cuyo centro superior
campea el escudo, del que solo queda la forma, ya que los cuarteles han
desaparecido por la acción del tiempo. A la izquierda hay dos viviendas,
que debieron ser ocupadas hasta época reciente, ya que todavía conservan
sus puertas y ventanas, así como un emparrado y reformas modernas en sus
accesos. La ruina, sin embargo, está apoderándose de todo el conjunto,
donde alternan la piedra arenisca, el ladrillo y el tapial.
La iglesia de la Asunción se encuentra
contigua al castillo y es de origen románico de piedra de sillería, con
algunos añadidos. Tiene una sola nave, y el campanario, en forma de espadaña,
se levanta a mitad de la misma, en el lateral izquierdo. Luce modesta
portada renacentista, sin que haya otros elementos de interés dignos de
tener en cuenta. Frente al campanario, en la explanada que corona la cumbre
del pueblo, hay un hermoso parque infantil, apto igualmente para mayores,
desde el que se contempla la inmensa panorámica de la comarca, a base
de campos y pueblos, de llanura y monte, crestas que anuncian la prpximidad
de la sierra, al fondo.
Las fiestas principales son en honor a
la Virgen del Rosario en Octubre. Hay otras fiestas, pero de índole
particuar, porque se trata de fiestas organizadas por algunas casas con
solera en el pueblo, como las de Benedet -la piedra armera luce sobre
la fachada-, de Nadal y de Peña. Las romerías han ido a menos, por más
que en Novales hubo varías: a San Joaquin acudían al final de la recolección,
para dar gracias por la cosecha, y el 23 de Abril y el 9 de Mayo, a la
Virgen de la Corona, en Piracés.
Con todo, Novales es un pueblo abierto a
la esperanza, con las rutas del futuro tendidas a sus plantas. Su proximidad
a la capital, que antaño pudo perjudicarle, le favorece ahora, porque
los pueblos están alcanzando su justa revalorización. Uno ama el silencio
y la pureza ambiental que los envuelve, el blanco que hiere los ojos,
la luz cayendo de plano, inundando todos los rincones. El castillo, arriba,
es sólo un recuerdo, vestigio ruinoso de la historia que fue; la historia
de hoy, la que más importa, se tiende abajo, con renovada vitalidad. Interesa
el presente sobre todas las cosas, aunque cada cual anhela conocer su
origen -saber de dónde viene y a dónde va-, y el futuro que aguarda rutilante,
anunciándose, quién sabe, en lo blanco de esa luz prometedora.
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