Cenobio
símbolo del reino de Aragón
El monasterio de San Juan de la Peña, en
la provincia de Huesca, tiene para Aragón un significado semejante al
de Covadonga en Asturias. Desde el Pirineo soplaron también vientos de
reconquista. Una sorprendente cueva, en medio de un espectacular paisaje,
casi inaccesible, sirvió para dar un nuevo giro a la historia.
Sus orígenes cabalgan entre la tradición
y la leyenda. La versión más divulgada dice que la fundación del monasterio
se debe a un hecho fortuito, cuando un zaragozano, llamado Voto, se hallaba
de cacería y se libró de una muerte segura al precipitarse su caballo
desde lo alto de una rompiente rocosa; el caballero salvó su vida milagrosamente
gracias a la intercesión de San Juan, a quien había invocado en tan delicado
momento. Se afirma después que, en la cueva existente bajo la inmensa
roca, encontró una pequeña iglesia dedicada a San Juan Bautista y el cadáver
de un ermitaño llamado Juan de Atarés. Su impresión fue tal, que Voto,
a su regreso de la cacería, convenció a su hermano Félix para que se instalara
con él en aquella gruta, haciendo ambos vida de eremitas. Una vez adoptada
esta decisión, comprobaron con gozo que otras muchas personas seguían
su ejemplo.
Una segunda tradición sostiene que varios
centenares de cristianos levantaron una fortaleza con intención de resistir
la invasión musulmana del siglo VllI; pero no existe documentación que
confirme este hecho, ni de que la mencionada fortaleza fuera destruida
-como también se dice- por las tropas del emir de Córdoba.
Los primeros datos documentales del monasterio
de San Juan de la Peña datan del siglo X. En esta época se asentó en el
paradisíaco lugar una pequeña comunidad de monjes. Aún es posible contemplar
parte de sus antiguas dependencias en la iglesia mozárabe y la sala contigua.
Los citados monjes huyeron en el año 999, al sufrir el ataque del caudillo
musulmán Muhammad ibn Amir al-Mansur, al que las crónicas de la época
denominan Almanzor, y fue en 1025 cuando Sancho el Mayor de Navarra fundó
un nuevo centro sobre el primitivo, lo que representa el nacimiento oficial
del propio monasterio de San Juan de la Peña, que perviviría como tal
hasta 1835.
Desde el primer momento recibió la especial
atención de Sancho el Mayor y, tiempo después, de los primeros reyes aragoneses,
que convirtieron el monasterio en uno de los más destacados centros religiosos
del reino. Es de señalar asimismo que San Juan de la Peña fue escenario
para el planteamiento y desarrollo de la política europeizadora, en el
aspecto religioso, de los primeros monarcas aragoneses. El 21 de abril
de 1028 se introdujo la regla de San Benito, por la que había de regirse
la vida monástica, y 43 años más tarde, el 22 de marzo de 1071, en este
monasterio se utilizaba por primera vez en España el rito romano para
la liturgia en sustitución del hispano-visigótico o mozárabe que regía
hasta entonces en las iglesias.
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Por la misma época se adoptó la reforma
cluniacense, llamada así por provenir de la abadía francesa de Cluny,
donde cobró cuerpo una reacción frente a la riqueza acumulada por las
casas benedictinas, al tiempo que se producía una pérdida y relajación
en el cumplimiento de las reglas. Restaurados
los antiguos ideales de pobreza, castidad y obediencia, humildad y penitencia,
los centros que se pusieron bajo la disciplina cluniacense quedaron exentos
de toda jurisdicción civil y episcopal para pasar a depender directamente
de la Santa Sede. San Juan de la Peña, a cuyo frente se puso el abad Aquilino,
tuvo un papel destacado en toda la reforma eclesiástica del reino, y cabe
señalar que en el mismo año de 1071 el papa Alejandro II tomó bajo su
especial protección este monasterio y confirmó sus posesiones y privilegios,
y similares documentos de amparo otorgaron sucesivos papas.
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Panteón de reyes, por decisión de Ramiro
I, Sancho Ramírez y Pedro I, que cumplieron la promesa de pasar en este
monasterio todos los años la Cuaresma y lo eligieron como sepultura de
ellos mismos y sus familiares. San Juan de la Peña es, consecuentemente,
la cuna del reino de Aragón, y como tal recibió innumerables privilegios
reales.
Sólo las conquistas efectuadas por Alfonso
I desplazaron el centro del poder político hacia el valle del Ebro. Luego,
la sucesión de Ramiro II por Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, supuso
el advenimiento de una nueva dinastía que ya no se sintió tan estrechamente
ligada a este monasterio de las montañas del Alto Aragón.
En realidad, hay dos monasterios: el bajo y el alto. Ni qué decir
tiene que es en el bajo en donde se encuentra incólume el testimonio
de los siglos X, XI y XII. En 1889, precisamente el monasterio bajo (el
primitivo) es declarado Monumento Nacional. Desde entonces, se han realizado
sucesivas obras de consolidación y restauración, tendentes
a mantener en pie tan extraordinaria herencia del pasado, que irradia
todavía su luz inextinguible como cuna del reino de Aragón..
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