Ibera
y romana,
hospitalaria y festiva
Villa de la provincia de Huesca,
situada en el Somontano, junto al río Alcanadre. Tiene unos
149 habitantes y una extensión de. 29 Km2. Su altitud
es de 204 metros sobre el nivel del mar. Dista de Huesca 30
kilómetros. Gentilicio: pertusano.
Todavía no es Somontano, sino llanura
oscense. A dieciséis kilómetros de la capital, en ruta hacia Barbastro,
entre Siétamo y Belillas, nace el desvío para Pertusa, en la ruta
de las aguas prometedoras. La carretera empieza recta, a la derecha
de la general, pero se curva bien pronto entre carrascas y olivares.
Domina el gris, que escampa de trecho en trecho para dejar ver el
verde de los sembrados. Torres del Monte, Blecua y Antillón se miran
con orgullo, desde sus altozanos, sobre la estrecha cinta de asfalto.
Al final, Pertusa, con el Alcanadre poniéndole cerco, circunferencia
de las aguas a tenor del cauce hondo, que casi da la vuelta completa
a las tierras y el caserío, pequeña península emergiendo en la margen
izquierda del río. Frente, al otro lado, en la cumbre más alta, blanquea
la ermita de la Virgen de la Victoria con su espadaña asaeteando el
firmamento azul.
Hay que doblar más curvas para llegar
al pueblo, idas y venidas caprichosas por el asfalto y cruzar el puente
de cinco arcadas. Tuvo importancia la primitiva industria harinera
de Pertusa. El viejo molino lo diría, aunque ya no se escuche
el murmullo del agua al pegar contra los alabes de los rodetes o rodeznos
bajo el abovedado cárcavo y la muela ya no gire con su monótono sonido
para alumbrar la harina nueva. Se gana altura nuevamente y el río
queda abajo, como en el abismo. Mirador sobre las aguas es el parque
infantil, a espaldas de la Casa de la Villa construida en 1946. En
algún momento se me explicó que el nombre de Pertusa
significaba "piedra partida"; y tendría sentido ya
que el rio Alcanadre parece hacer esto mismo, partir la piedra para
abrirse paso allá, en la hondonada.
El origen del pueblo quedó escrito
en piedra. Pertusa va del esplendor romano a la arquitectura
del siglo XVI. Romano es el nombre del pueblo. Perteneció a
la mansión del mismo nombre, en el camino primero del itinerario
de Antonio, ya en territorio de los ilergetes. Se asegura que
hay restos de una calzada romana, en buen estado de conservación.
  La cripta de la parroquial de Santa
María es de estilo románico puro y se supone que abarca todo el subsuelo
de la iglesia actual. Los arcos se pierden entre muros que fueron
levantados posteriormente. Todo el edificio restante corresponde a
los siglos XVI y XVII, y hasta es posible que haya bastante obra de
principios del XVIII. El claustro, aunque con remiendos y revoques
modernos, habla de la colegiata de ayer. Cerca de la iglesia, pero
sin formar conjunto con la misma, se alza la soberbia torre, con relieves
y frisos de indudable valor. Bien merece, junto con la cripta, la
declaración de monumento nacional.
El reloj de la torre sigue midiendo
puntualmente el paso del tiempo. Quizás los años de mayor esplendor
se debieron a su condición de baronía de Pertusa, con dominios
en distintos lugares de la comarca. En el siglo XV, la baronía
era de los Bardají, pero a partir de 1503 pasó a ser propiedad
de Zaragoza. Tanto es así, que algunos historiadores llegaron
a considerar Pertusa como un barrio zaragozano. Las monjas de
Santa Ana residieron allí y tuvieron su convento, en el caserón
renacentista que albergó a la comunidad.fechado en 1718.
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Pertusa, con su historia de siglos,
es un pueblo metido en el paisaje, casi una isla en medio del
río Alcanadre, cerca del acueducto que acuna sueños de nuevos
regadíos. Las vías de comunicación invitan al viaje, entre Huesca
y Barbastro, tierra adentro, a treinta kilómetros de la capital.
A ciento cinco de Zaragoza. Allí terminan las carrascas para
ceder espacio a los olivares. Luego, el monte raso, verde en
las primaveras y dorado en las otoñadas. El Verano atrae a aquellos
que se fueron.
La ermita de la Virgen de la Victoria,
al otro lado del río, sobre la cumbre más alta, es visible desde
cualquier lugar de Pertusa. Aunque de origen ibérico, Pertusa
-que fue también Partusa y Dertusa- se corresponde mejor con
la época romana, por estar en el itinerario de la vía procedente
de Monzón, que ya es mencionado por Antonino. Quedan restos
del puente de piedra sobre el Alcanadre, como testimonio irrefutable.
Lope de Fortuñones fue señor del lugar en 1135.
  Aquí preparó Jaime I su ejército,
según relatan los cronistas, para atacar Panzano y Lascellas.
La partida donde acampó aquella gran concentración militar es
conocida como Val de Rey. Por entonces corría el año 1255. En
1395 la villa fue vendida por María de Luna, mujer de Martín
I, a Bernardo de Pinos, que pagó setenta y cinco mil sueldos
barceloneses. Tres años después volvió al dominio real, con
la promesa de no ser separada de la Corona, en cuyo caso pasaría
a la ciudad de Zaragoza. «Sin embargo -relata Ana Isabel Lapeña-,
Alfonso V cedió la villa como pago de una deuda a Berenguer
de Bardaxí, en cuya familia permaneció hasta 1503, fecha en
la que, tras una reclamación de sus pobladores, Zaragoza y Pertusa
acordaron la dependencia de la segunda con respecto a la primera,
en cuanto a gobierno y administración».
Esta es la razón de que Pertusa
utilice idéntico escudo que Zaragoza, con la única diferencia de que en
su bordura de plata figura la leyenda «Baronía y villa de Pertusa».
 El linaje de este apellido, correspondiente a familia infanzona oriunda
de la propia localidad, documentada desde tiempos de Pedro II, utiliza
escudo cuartelado, el primero y cuarto cuartel de azur, con cinco peras
en su color natural y su tallo, y los segundo y tercero, de plata, con
tres barras de gules cargadas con puntas de flecha de oro.
Pertusa celebra sus fiestas los
días 15 y 16 de Agosto, en honor de Nuestra Señora de la Asunción.
Aunque hay otras fiestas, para San Blas y Santa Águeda.
 No se
han perdido, tampoco, la tradición de las hogueras de San Antón.
Las encendían en las distintas calles. A veces el fuego dura
días enteros con sus correspondientes noches.
  El avistamiento de Pertusa, desde la carretera, es sorprendente;
cuando nada parece avisarnos de que el pueblo está allí arriba, encaramado, al borde del abismo que el rio ha
conformado con el paso de los siglos.
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